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Eugenio Mussak

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El poder del diálogo

Después de muchos años reencontré a Roberta. Una de mis primeras amigas tras mi establecimiento en São Paulo, hace más de diez años. Ella y su marido Claudio fueron fundamentales para que me diera cuenta que podría crear relaciones de amistad y raíces en esta ciudad. Con el paso del tiempo, fuimos perdiendo el contacto a la medida que nuestros trabajos fueron ganando dimensión y espacio, pero la buena sensación de amistad y cariño ha permanecido, revelada por los recuerdos de muchas conversaciones. Era agradable hablar con los dos.
 
– ¿Qué tal, Roberta? Hace  mucho que no nos vemos, ¿verdad? ¿Cómo anda todo? Y, Claudio, ¿cómo está? – disparé, preguntando un montón de cosas a la vez, marca registrada de los encuentros tras largas separaciones.
 
– Yo bien, trabajando mucho, concluí el máster – y empezó a explicarme el tema de su tesina. Siempre la consideré una persona muy inteligente y centrada, por ello, no dudaba de su éxito académico. Me contaba con entusiasmo sobre sus actividades, pero no decía una palabra sobre su vida personal, sobre su matrimonio.
 
– ¡Enhorabuena! Estaba seguro que llegarías a lo más alto. ¿Y Claudio? ¿Sigue en la misma empresa? ¿Sigue jugando al fútbol?
 
– Por serte sincera, no lo sé. Estamos separados hace más de un año. ¿Nadie te lo dijo?
 
No, nadie me lo había dicho, incluso porque no teníamos muchos amigos en común. Aquella noticia me causó un efecto raro, como si alguien me contara sobre la quiebra de una institución. Consideraba la relación de ellos muy buena, un ejemplo.
 
– Lo siento. ¿Qué pasó? Eran siempre tan unidos, o por lo menos lo parecían.
 
– No sé explicarte muy bien. Lo que puedo decirte es que con el paso del tiempo las cosas fueron cambiando, hasta que nos dimos cuenta que no teníamos más diálogo. Mientras hablábamos de nuestros planes y dilemas personales las cosas andaban bien. Cuando dejamos de hablar, de abrir el pecho, de unir los corazones, la cosa dejó de funcionar. Preferimos separarnos antes que se acabara el respeto, una vez que el amor ya se había ido. También lo siento, pero fue bueno mientras duró.
 
Mi querida Roberta terminó haciendo un breve análisis técnico sobre el fin de las relaciones: “Fue buena mientras duró, y terminó por falta de diálogo”. Es difícil decir si el amor se disolvió por la falta de diálogo o si éste se rarificó por la volatilización de aquél.
 
La lección que queda de esta historia es el diálogo, la comunicación, la apertura de los corazones – en el decir de Robertiña – sea sintonía, sea causa, merece especial atención, puesto que puede ser la solución para todos los males, una vez que posibilita la unificación de las ideas, de los sentimientos, de los  sueños y también de las ofensas, que sólo pueden ser solucionadas si vistas a la luz, a claras. Si se construye un puente para unir las almas.
 
Este puente es el diálogo. Recordé un poema que escribí hace muchos años, cuando me rindieron homenaje en una graduación: “Elige ser un puente, caro joven, nunca un muro/ Puentes unen, muros separan/ Puentes ponen corazones en diálogo/ Muros enmudecen las intenciones y debilitan almas/ Elige ser un puente para alcanzar el futuro/ Un simples puente. Pero un puente que muestre el camino del amar”.
 
El diálogo no ha perdido importancia en el mundo actual, veloz, globalizado, tecnológico, cibernético, bloguero, tuitero. Aparentemente ha sido menospreciado por los que creen que no tiene nada en común con la modernidad y, principalmente, por todos los hombres o mujeres que pusieron, por culpa suya o no, la pirámide de los valores al revés.
 
Lo aclaro: diálogo es una intención e independe del medio. Es posible mantener un diálogo excelente con herramientas como el skype, el msn, el sms, etc. Herramientas que pueden ser bien o mal utilizadas como todo en la vida.
 
¿Cómo ocurre el verdadero diálogo?
 
¡A un monólogo contigo, prefiero un diálogo conmigo! La frase desahogo puede parecer un chiste, pero tiene algo de verdadera, puesto que no es poco frecuente que lo que parece ser un diálogo – dos personas hablando – sea, en verdad, un discurso unilateral, en el que uno de los dos habla y el otro solamente escucha. Aunque a veces sea necesario, no estamos ante un diálogo.
 
Saber dialogar es más que saber hablar. Dialogar presupone, antes de contestar, escuchar y analizar: “Dialogar es saber escuchar sin juzgar, sin tomar partido inmediatamente. Es saber respetar, incluir, utilizar filtros mentales adecuados. Dialogar es no tomar partido, definir lo que está bien o mal, no excluir lo que forma parte de mi visión personal”, dice la psicóloga Lamara Bassali, coordinadora de la Escuela de Diálogo de São Paulo.
 
De hecho existe una institución destinada a ayudar a personas y empresas (que son un conjunto de personas) a recuperar la capacidad de diálogo y, a partir de ahí, promover la “transformación de las experiencias humanas y la ampliación de la conciencia”, en la visión de sus fundadores (si quieres saber más, visita la página web:www.escoladedialogo.com.br).
 
Considerando que la vida es un conjunto de interacciones, el diálogo es su esencia.
 
“Dialogar es poner atención, es reunirse consigo mismo, con el otro, con la naturaleza”, sigue Lamara, que habla con dulzura, siempre mirando a los ojos de su interlocutor. Puede parecer raro frecuentar una escuela para aprender a dialogar, pero la idea no es nueva. La educación de los jóvenes de la Antigüedad – léase, Grecia – ya pensaba en ello. Educar era – y sigue siendo – el modo de estimular a los jóvenes a vivir autónomamente y colaborar con la polis, la sociedad, que en la época de los griegos antiguos estaba concentrada en la vida de la ciudad.
 
En las ciudades-estado griegas había un espacio destinado únicamente a la práctica del diálogo: el Ágora, el local para los cambios, para el ejercicio de la política, del comercio, de las ideas en general. En la Escuela del Diálogo hay un espacio semejante, destinado a estimular el diálogo libre, rico, respetuoso.
 
¿Es posible aprender a dialogar, a mejorar la capacidad de comunicarse y entender al otro?
 
En la Antigüedad, cuando la formación de los jóvenes empezó a ser una actividad social de mayor relevancia, el estudio fue dividido en dos grandes capítulos. Uno era el de las Habilidades Ocupacionales, que buscaba dar al joven un oficio, una competencia técnica, operacional, artesanal, algo con un carácter científico, que le permitiera ser, lo que llamaríamos hoy, un empresario, un emprendedor o un técnico especialista.
 
El otro capítulo, destinado principalmente a los jóvenes de las clases más privilegiadas, estaba compuesto por las Artes Liberales, es decir, un conjunto de estudios cuyo propósito era el de proveer a los jóvenes con conocimientos y habilidades que les permitieran manejar con más facilidad las necesidades del ciudadano, del individuo que vive en sociedad y es capaz de utilizarse de su influencia para vivir feliz produciendo el bien.
 
Las llamadas Artes Liberales estaban divididas en dos capítulos: el Trivium y el Quatrivium. Estos, a su vez, en asignaturas. El Trivium estaba compuesto por gramática, retórica y dialéctica. El Quatrivium, en aritmética, música, geometría y astronomía.
 
Observa que el Trivium tenía por finalidad desarrollar al hombre como ser estructurado para la comunicación. La gramática nos enseña a manejar las palabras con la lógica en la construcción de frases, con la belleza del lenguaje. La retórica es el arte de hablar, del discurso, de la internalización de las ideas como medio de elevar el pensamiento.
 
En otras palabras, estarás preparado para vivir en sociedad, para aprovechar de ella y para colaborar con ella, cuando sepas organizar tus ideas, cuando tengas la habilidad de explicarlas y, claro, cuando estés preparado para escuchar al otro.
 
Solamente después de estar preparados para el diálogo se les presentaban a los jóvenes estudiantes las teorías de los números, de la materia y del espacio. Primero el hombre, después la ciencia. El pensamiento necesita del número, pero éste se pierde en una mente que no está preparada. Y dicho preparo viene de la capacidad de análisis, síntesis y deducción. La inducción viene después.
 
Como se ve, dialogar es fundamental para la propia condición humana. El diálogo con los demás empieza por el diálogo con uno mismo, que deriva de la yuxtaposición de ideas, de la fricción entre valores, del choque de los deseos, de la priorización de las necesidades. Siempre habrá dos, aunque dentro de uno. Y donde hay dos, surge la oportunidad del diálogo, del engrandecimiento por el compartir, del ennoblecimiento por el aceptar, de la humildad por el aprender.
 
Si miramos más de cerca vemos que el diálogo es la esencia de la vida, considerando que la vida es un conjunto de interacciones. En su libro La segunda creación, el biólogo inglés, Ian Willmut, famoso por ser el “padre” de la oveja Dolly, el primer mamífero generado con el proceso de clonaje, escribe sobre el diálogo como fuente de vida. Dice: “Los genes no operan aisladamente. Están en constante diálogo con las demás partes de la célula que, a su vez, responde a las señales de otras células del cuerpo que están en contacto con el ambiente externo. Cuando no se procesa correctamente este diálogo, los genes pierden el control, las células crecen desordenadamente y el resultado es un cáncer”.
 
Interesante la visión del geneticista: el cáncer es el resultado de la falta de diálogo. Podemos hablar de un cáncer orgánico, tumoral, pero también de un cáncer social, de las relaciones, que mata a una relación, a una amistad, a un negocio, a un matrimonio. Como fue el caso de mis amigos Roberta y Claudio, dos personas estupendas. Una lástima que el diálogo haya dejado de participar de esta relación, que debe ser a tres para ser una.
 
Traducción: Nylcea Pedra ([email protected])

Tags:diálogoesenciaPodervida

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